martes, 16 de febrero de 2010

Agrupación Tradicional Argentina "El Lazo"

Fundada en 1944 la entidad promueve el respeto por las tradiciones gauchas. Organiza actividades regularmente y participa con su emblemática carreta La Cachirla de los actos patrios en el distrito. Su pulpería fue inaugurada en 1945.

Esta institución gauchesca nació en el año 1944. Los fundadores fueron personas que sintieron el deseo de no olvidar la figura de ese hombre que fue el gaucho, que cruzó con vigor nuestras pampas, nos dio ejemplos de vida, luchó por la libertad de nuestra Patria y a veces tuvo que limar asperezas junto al fogón.

Con la misma vocación, con los mismos ideales y con un inmenso amor a las tradiciones, se reunieron los señores Sicardi, Juan y Víctor Rinaldi y Arturo Deppe, y cambiando ideas y propuestas decidieron su fundación. El 2 de abril de 1944 se realizó una reunión extraordinaria en casa del señor Sicardi, en las calles Uriburu y Alcorta, en Boulogne, asistiendo a la misma entre otros, los señores Pacola, Catelín, Chaves, Rinaldi, Raffo, Rivero, Méndez, Arriscau, Olivieri, Larce, Rigui, Aistanza, Ortiz y Acevedo. Así se fundó "El Lazo", que hoy ocupa un lugar importante en nuestra comunidad.

Su carta orgánica se basa principalmente en los objetivos antes mencionados, en el amor a la patria y en la práctica y respeto por los usos, costumbres y tradiciones de nuestro pasado. La primera comisión directiva quedó constituida de la siguiente forma: presidente Arturo Deppe, vicepresidente Víctor Raffo, secretario Héctor Acosta, prosecretario José Menéndez, tesorero Andrés Rivero, vocales Juan Barone, José Catelín, Jorge Buffa y Leonardo Acevedo. Se resolvió darle el nombre de "El Lazo", ya que además de ser un elemento de uso campero, significa unión y vínculo.

Alquilaron un predio en Boulogne y lo destinaron como sede. La quinta se llamaba "La Cueva Blanca", y su propietario era el Doctor José María Cullen, persona conocida en esa época por su actuación política. La comisión comenzó a organizar sus actividades el 25 de mayo de 1944, y en ese año participaron en un desfile con motivo de una fiesta patria y en procesiones en Don Torcuato, San Isidro y Victoria.

Es importante destacar la labor de los carreteros, Juan Pastorini, Ángel Ciapessoni, cuya familia vive aún en la localidad, y Lázaro Peirano, muy preocupado por su trabajo. El señor Arturo Andaluz, perteneciente a una familia residente en Las Lomas de Beccar, donó una bandera para que flameara en el mástil de la sede, que fue bendecida por el párroco de esa época, el recordado "Cura Gaucho", como llamaban a Monseñor Pedro L. Menini, quien fue capellán de "El Lazo".

Pasado un tiempo se incorporó una escuela de danzas, que llegó a tener 137 alumnos. Al año siguiente, el 25 de mayo de 1945, se inauguró la pulpería, similar a las del siglo XIX. Actualmente se realizan de manera regular fiestas criollas: corrida de sortijas, doma de potros, jineteadas, bailes folklóricos, etc. La casa de música Calarco, del barrio de Belgrano, donó una guitarra con historia, ya que perteneció al Dr. Juárez Celman, quien fue presidente de la Nación entre los años 1886 y 1890. Con el correr del tiempo fue aumentando el apoyo que brindaron los vecinos a esta institución.

En el año 1948 la agrupación deja las tierras que alquilaba en Boulogne y se establece en Beccar, en una fracción que cedió en calidad de préstamo Obras Sanitarias de la Nación, de la cual la primera fábrica de ladrillos había extraído tierra humus, quedando tierra arcillosa, por lo que hubo que rellenar para mejorar y nivelar el terreno. Se procedió a la plantación de árboles mientras comenzaban a construir el primer quincho, un salón de reuniones y una pulpería semejante a la que hicieron en la sede de Boulogne, al estilo del siglo XIX. Realizaban estos trabajos con la colaboración de la Empresa Puppo, que puso a disposición de la Agrupación la casa, maquinarias y útiles. Esta labor se completó con el arreglo del campo de doma y jineteada y con otras comodidades para uso de sus socios y visitantes.

El trabajo y la dedicación de los señores Leonardo Muñoz y Antonio Barciela, entre otras personas, hicieron posible que se creara el Museo y la Biblioteca. El señor Leonardo Muñoz fue quien comentó a las autoridades del San Isidro Tradicional su deseo de dar el nombre de "El Lazo" a una calle de Beccar.

Esta entidad tramitó este pedido ante las autoridades municipales, al que se adhirieron el Instituto Fondo de la Legua, Rotary Club de San Isidro y de Martínez, el Club de Leones de Beccar y otros. La Municipalidad de San Isidro, por ordenanza Nº 5856 del 20 de Julio de 1983, decidió: "Impóngase el nombre de 'El Lazo' a la calle que corre desde las calles Julián Navarro e Ingeniero Marconi, entre las manzanas 17 y 21 de la circunscripción VII, Sección F, de este partido".

http://www.sanisidro.gov.ar/es/nota.vnc?id=380

Homenaje al Maestro René Deppe

"¿Estaría señalado por el destino? El esforzado Maestro de Boulogne, nació seis años antes de que se declarara universalmente el Día de los Trabajadores, que recuerda el trágico crimen de Chicago, cuando doscientos mil obreros iniciaron una huelga para mejorar sus condiciones de vida y lograr la jornada laboral de ocho horas.

René Deppe nació en Bélgica el 1º de mayo de 1880. Muy joven emigró a nuestro país radicándose en Campana. Su vocación lo hizo educador y con no pocos esfuerzos, logró concretar sus sueños. En 1915 fue designado para ocupar una vacante en la Escuela Nº 7 de Boulogne. Para trasladarse desde su domicilio viajaba en el ferrocarril hasta Villa Ballester y de allí, cortando camino a través de campos despoblados, llegaba a su Escuela, a las 9 de la mañana, lo que hacía de regreso a su casa a las 9 de la noche. Así lo hizo durante más de un año, hasta lograr una habitación al lado de la Escuela, que se hallaba en Dean Funes y Emilio Zola. (Una placa y una plazoleta lo recuerdan en Avda. Rolón y Bulnes).

Al aumentar las necesidades de la Escuela con un grado más, Deppe debió abandonar la habitación en que vivía y trasladarse a la cocina con su esposa, que ya lo acompañaba. Otra de las actividades que realizaba el Maestro los fines de semana, era la de limpiar la escuela, barnizar los pupitres, pintar las paredes, entre otros menesteres, para mantener en forma el espacio que tanto amaba.

El Maestro recordado era poseedor de una vasta cultura: hablaba inglés, italiano y francés. Era músico e interpretaba su instrumento preferido, la flauta, también el violín y piano. También se lo recuerda porque enseñaba de noche en los talleres del Central Córdoba (luego Belgrano), a los maquinistas que debían rendir exámenes en el ferrocarril.

Cuando tuvo algunas posibilidades económicas, adquirió una ‘volanta’ con la que recorría las quintas vecinas para trasladar a los alumnos a su Escuela, en casos de emergencias la utilizaba para llevar a alguna vecina para que la atendiera Doña Lina o a los consultorios de los médicos, entre ellos el Doctor Enrique Marengo de Villa Ballester, que venía dos veces por semana y atendía a los enfermos en la panadería de don Julio Cavallero.

René Deppe fue también Director de la Escuela Nº 7. Falleció el 6 de octubre de 1932 y dejó un recuerdo inalterable. Su mayor mérito fue haber educado a gran parte del vecindario, en forma vocacional y con gran generosidad. Sus hijos continuaron su ejemplo: Arturo Deppe es uno de los fundadores de la 'Agrupación Tradicionalista El Lazo' y otros enseñaron música. En la calle B. de Irigoyen se conserva su casa, que merecería una placa recordatoria".

Miguel A. Lafuente
Originalmente publicado en el Periódico La Batuta (Villa Adelina)

lunes, 15 de febrero de 2010

El Rancho de los Copello

Mi hermana, Marta Susana Pastorini, me mandó un mail: “Buscá a Susana Alego. Tiene unos cuadros muy buenos”. Y la busqué y encontré este cuadro que me fascinó y me sorprendió: ¿Por qué? Estaba pensando escribir algo sobre el rancho de los Copello, también a sugerencia de mi hermana, y he aquí que este cuadro lo representa de manera casi perfecta.



Hacia 1959 papá, Carlos Pastorini y su hermano, Pedro Pastorini, ya cultivaban los campos que llamábamos “de los Copello”. En un mapa de San Isidro (Bs. As.) 1932 figuraban las siete hectáreas como pertenecientes a María B. de Copello, en la actual Betbeder y Reclus, frente a una chacra perteneciente a Wernes Lanz, ingeniero suizo que vivía en una enorme casona estilo inglés.

Nosotros no vivíamos en el campo, sino en una casa de Villa Adelina, pero mamá solía llevarnos en verano a pasar la tarde, y a veces, dar una mano a papá y al tío.

La tranquera de entrada estaba enfrente de esa casona; a la derecha había un cerco de tunas. La mayor parte del camino hacia el rancho no estaba bordeado de árboles. Luego sí, se erigían enhiestos los enormes eucaliptos, perfumados con sus flores, a las que había que tener cuidado de tocar por la cantidad de abejas que libaban su néctar.

Se abría un camino que iba hacia la derecha de Don Chesarino, otro campo vecino, franqueado por dos braquiquitos, a los que trepábamos con mi hermana, apenas llegábamos a la quinta. Y hacia la izquierda otro camino que iba al rancho.

Hacia el norte estaba el viejo ombú, y a su sombra, una colmena. Más allá una morera blanca, muy alta y espaciosa. Nos gustaba disfrutar de ese ombú pero había que tener cuidado por lo resbalosas de sus raíces expuestas.

El rancho tenía dos habitaciones y en ele una cocina pequeña con fogón y sin puerta y con una ventana hacia el sudeste. La galería daba al noreste. Allí había una mesa de madera con su mantel de hule y para sentarse una banca y la infaltable silla bajita para tomar mate. Sobre un rústico fogón estaba la pava tiznada, que nunca se limpiaba por fuera.

Los pisos eran de tierra apisonada, paredes gruesas de barro y paja, techo de paja que debajo tenía chapas. Enfrente del rancho estaba la bomba de mano, y los bebederos de chapa para los caballos, además de un tanque donde guardaban agua, también de chapa. Daba sombra a la bomba una vieja planta de ciruelas alargadas, exquisitas a la hora de buscar algo dulce para comer. Al costado sureste estaba el monte de demás frutales, y al noroeste la caballeriza.

Detrás del rancho, la planta de laurel, había crecido con el tiempo no sólo en alto sino también en ancho. No había luz eléctrica y las actividades se desarrollaban fuera del rancho, salvo cuando llovía. Al fondo del campo estaba el potrero alambrado donde se dejaban descansando y comiendo tiernos pastos, a los caballos percherones. De ahí conserva mi hermana todavía una planta de vinca y una tuna.

Su orientación le permitía al rancho recibir el sol de la mañana. El viento del suroeste, cuando soplaba, despojaba del mal olor a humedad a las habitaciones. El techo a dos aguas facilitaba el rápido escurrimiento del agua de lluvia. Atrás tenía un amplio alero. Más al fondo, separada de la casa, una letrina, tan característica de ese entonces. El patio de tierra estaba sombreado por paraísos.

El abuelo Juansú (Juan Pastorini) nos contaba que, apenas llegaba al rancho, los chingolos y calandrias lo salían a recibir, esperando que les tire miguitas de pan y restos de asado que solía llevarles. El chingolo se metía hasta dentro de la cocina.

Como en esta quinta no se disponía de agua para el riego, excepto para algún almácigo por ejemplo de perejil, papá y el tío cultivaban allí choclos y maizón. Cuando las plantas estaban altas, era una aventura meterse entre los surcos limpios (¿Cómo hacían para mantenerlos así?) y jugar a las escondidas, teniendo cuidado en no voltear ninguna planta. Varios surcos se dejaban para el cultivo de sandías y melones, y otros para la alfalfa que servía de alimento a los caballos.

Después de muchos años de haber cultivado ese campo, los dueños decidieron venderlo, alrededor del año 1970.

Ahora se puede visitar allí un barrio muy exclusivo al que siempre deseo volver, con la ilusión de encontrar todavía alguno de los árboles que ahí crecían.

¿Sabrán sus moradores que esas tierras alguna vez fueron productivas y que dos quinteros con sol, con lluvia, con heladas, no paraban de trabajar, recorriendo los surcos, vigilantes y atentos, para que llegue a feliz término la cosecha, y que, mientras hoy importantes autos y camionetas atraviesan sus calles, en aquel entonces los dueños de los callejones eran el arado, la chata, la carreta, la bicicleta de los quinteros?

Ni mejor ni peor… distinto.

Mónica Liliana Pastorini
mlpastorini@yahoo.com.ar

NOTA: no hubiera podido escribir este texto sin la valiosa colaboración de mi hermana Marta Susana Pastorini.